lunes, 2 de marzo de 2009

Los Reyes Católicos











La España bajomedieval anterior a los Reyes Católicos
La España de mediados del siglo XV, la inmediatamente anterior a la de los Reyes Católicos estaba constituida por cinco reinos independientes pero muy relacionados entre sí: Castilla, Aragón, Portugal, Navarra y Granada.
Todos ellos, en mayor o menor medida se veían inmersos en la crisis multifactorial en que había caído Europa durante el siglo XIV y los comienzos del XV.
La Corona de Castilla, tras el ímprobo esfuerzo conquistador y repoblador del siglo XIII, había quedado exhausta. En este sentido hay que recordar que las conquistas cristianas habían sido paulatinas durante cinco siglos y en la mayor parte de los casos se trataba de tierras poco pobladas como consecuencia del desgaste de las guerras.
Sin embargo, las conquistas del siglo XIII supusieron la incorporación súbita de amplísimos territorios repletos de populosas ciudades que había que organizar con arreglo a un orden político nuevo. Al complejo crisol de pueblos, razas y religiones que constituía Al-Andalus, se sumaban los conquistadores cristianos del norte.
Los reyes castellanos, para agradecer el éxito en las empresas bélicas donaron amplios territorios a estos nobles guerreros que acumularon inmensas propiedades. En este contexto hay que citar la relevancia política, económica y territorial que tuvieron las órdenes militares en la Baja Edad Media española.
El prestigio de la monarquía castellana se debilitó en la guerra civil entre Pedro I y Enrique de Trastamara, coincidente, además con una etapa de calamidades de diversa índole.
Los siguientes monarcas castellanos no lograron mejorar la situación. Por su parte, crecía el descontento de los concejos municipales que veían aminorada su independencia jurídica en favor de la pujante nobleza.
El ascenso en autoridad de los grandes linajes nobiliarios tenía un efecto colateral negativo añadido, pues era muy frecuente las rencillas entre estas familias, frecuentemente enemistadas, que llegaban a convertirse en auténticas guerras que afectaban al conjunto de la sociedad.
Por su parte, La Corona de Aragón, tras la finalización de la reconquista peninsular pactada con Castilla y que al ser de menor extensión no había esquilmado las energías conquistadoras, por lo que los catalanoaragonesas redirigieron pronto sus energías hacia el Mediterráneo, tanto en el orden militar como comercial.
Sin embargo. El auge económico de la segunda mitad del siglo XIII y primera del XIV se frenan también tras las pestes y guerras vividas posteriormente y Barcelona cede su protagonismo a Valencia.
Navarra es un pequeño reino con relaciones hispanas (frecuentemente constreñido por los dos reinos vecinos de Castilla y Aragón) pero también con Francia por motivos dinásticos y geográficos.
Portugal era un reino independiente desde el siglo anterior y así siguió siendo.
Por último, al sur de la Península quedaba el Reino Nazarí de Granada, que había logrado permanecer independiente tras el desplome del imperio almohade del siglo XIII y que había logrado no caer en manos castellanas por la abrupta orografía de sus tierras y por los esfuerzos de organización que Castilla debió asumir tras la conquista de Extremadura, la Mancha, Murcia y el Valle del Guadalquivir.
Sin embargo, la independencia de Granada tenía un precio pues era tributaria de Castilla. Esta situación favoreció una cierta relación de tolerancia -aunque fueron frecuentes las guerras de frontera- entre moros granadinos y cristianos castellanos.
Una salvedad que hay que hacer llegado a este punto es que la situación descrita de inestabilidad, desavenencias internas y crisis no era, en absoluto, patrimonio exclusivo de los reinos hispanos, sino que era una constante casi universal del mapa político de Europa.
Atendiendo a la globalidad de estos reinos, hay que decir que, como en toda la Edad Media las relaciones entre ellos fueron estrechas, en uno casos como aliados y en otros como francos enemigos y con frecuentes roces fronterizos.
La unión dinástica de los Reyes Católicos
El año 1476, parte de la nobleza y de las ciudades de Castilla proclamaron reina a Isabel, hermana del anterior monarca, Enrique IV. Otro sector no menos importante del reino permaneció fiel a la princesa Juana, llamada la Beltraneja, hija del difunto Enrique. Ambas contaban con fuertes apoyos exteriores. A Isabel la sostenía su suegro, el rey Juan II de Aragón (y también de Navarra en aquellos momentos).
El principal valedor de los derechos de Juana era Alfonso V de Portugal, que se desposó con ella en Plasencia y se proclamó rey de Castilla. En la guerra civil entre los dos bandos la suerte de las armas sonrió a Isabel, casada con Fernando, el heredero de la corona aragonesa. Cabe pensar que de aquella contienda sucesoria era inevitable que saliera alguna unión dinástica decisiva entre los reinos peninsulares. De haber triunfado Juana, lo más probable es que las coronas de Castilla y Portugal se hubiesen unido. Al inclinarse la balanza por su tía y rival, se consumó la unión con Aragón. En 1479, en virtud del tratamiento de Alcaçovas, Alfonso y Juana renunciaron a sus derechos a la corona de Castilla e Isabel y Fernando a los suyos sobre la de Portugal. De este modo tan turbulento se inició un reinado que sería decisivo para el futuro de la península.
Suele decirse que con los Reyes Católicos -título con que les honraría años después el papa para equilibrar el de Rey Cristianísimo concedido al rey de Francia- empezó la unidad española. Lo cierto es que se trató de una mera unión de las distintas coronas de Aragón yo Castilla en la persona de sus titulares, expuesta a disolverse por cualquier vicisitud dinástica. Es lo que pudo ocurrir a consecuencia del segundo matrimonio que contrajo Fernando, una vez viudo, con Germana de Foix.
En virtud de la concordia de Segovia, Isabel y Fernando reinaban conjuntamente en Castilla, pero en Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca era sólo Fernando quien ostentaba el poder real. Cada uno de esos reinos conservaba sus leyes e instituciones propias y a todos los efectos los naturales de uno de ellos eran considerados extranjeros en el otro. Esto en el plano estrictamente jurídico, porque en la realidad era inevitable que la existencia de un monarca común tuviese una repercusión en sus trayectorias, separadas pero paralelas.
El sometimiento de la nobleza
Uno de los asuntos de estado en que más energía emplearon los Reyes Católicos fue en reafirmar la autoridad real frente a la altiva nobleza. En muchos casos la fórmula fue bastante expeditiva.
Uno de los instrumentos de que se sirvieron en esta lucha fue la Santa Hermandad, institución de raíz mucho más antigua, pero a la que infundieron nueva vida y centralizaron, especie de milicia concejil permanente que, a la larga, acabaría consagrada casi exclusivamente a la lucha contra el bandolerismo.
La pacificación de los reinos
Poco a poco, los Reyes Católicos consiguieron pacificar sus reinos respectivos.
La sentencia arbitral de Guadalupe (1486) puso fin a las Guerras Remensas en Cataluña y dio al principado el sosiego de que carecía desde hacía decenios. Por otra parte, el reforzamiento de la autoridad real tuvo su contrapartida en las autonomías municipales y locales.
Se acentuó la intervención de los reyes en el gobierno de las ciudades mediante el nombramiento de corregidores. En la Generalidad catalana el rey empezó a nombrar directamente a los diputados. Y para evitar que las Cortes aragonesas manifestasen con demasiada vehemencia su desacuerdo ante sus medidas autoritarias, el rey apenas las convocó en el curso de su reinado. Algo parecido ocurrió en Castilla, donde siempre que se reunieron fue con el propósito de refrendar el reforzamiento de la autoridad real.
La conquista de Granada
Una de las acciones más célebres de las emprendidas por los Reyes Católicos fue la de emprender la Guerra de Granada. Tomando como pretexto el ataque moro contra Zabara en 1481 se inició una contienda de larga duración (más de 10 años) aunque de irregular e intermitente desarrollo.
Las razones verdaderas de la conquista de Granada se fueron a la rumba con los propios monarcas, aunque probablemente y tras el esfuerzo de pacificación y fortalecimiento del reino, los monarcas vieron la oportunidad de culminar el proceso de reconquista y de paso desahogar las belicosas energías de la nobleza recién domesticada en empresas menos dañinas para los propios cristianos.
Fue el 2 de enero de 1492 cuando tras este decenio de sangrientos enfrentamientos el rey Nazarí Muhammad XI (Boabdil el Chico) entrega la ciudad de Granada, último reducto del reino que se había ido perdiendo poco a poco.
Las condiciones de la capitulación permitían a la población musulmana conservar sus bienes y religión por lo que la población mudéjar resultante fue cuantiosa a pesar de que la aristocracia nazarí prefirió emigrar al norte de África.
Los Reyes Católicos y la Inquisición
Aunque la institución y los métodos de la Inquisición se han vinculado habitualmente a España, hay que recordar que como institución nace en el siglo XII (1184) en el mediodía francés para velar por la pureza de creencias y erradicar la herejía (inicialmente contra la herejía cátara). La Inquisición medieval estuvo ligada a la Iglesia, primero a los obispados y más tarde al papado con la administración de los frailes dominicos.



Si bien la inquisición medieval tuvo momentos de dureza en los siglos bajomedievales en Europa como en la eliminación de los cátaros o en controvertidos procesos de dudosa legalidad (manipulados políticamente por conveniencia de ciertos reyes) como en los procesos contra los templarios o contra Juana de Arco, lo habitual fue una actividad relativamente tranquila.
Esta inquisición medieval no tuvo especial relevancia en los reinos cristianos peninsulares pues sólo fue establecida en Aragón, quedando completamente al margen la Corona de Castilla.
La principal novedad de la Inquisición Española que nace en 1478 y no se aboliría hasta 1821 es el control directo de la monarquía que la convierte en brazo centralizador de su autoridad. Ejemplo de ello es que, mediante bulas papales, los reyes católicos obtienen la facultad de proponer candidatos al cargo de inquisidores. Por su parte y a pesar de la oposición sufrida la Inquisición Medieval aragonesa fue abolida en beneficio del nuevo tribunal.
El principal colectivo que fue vigilado y perseguido fue el de los judíoconversos, es decir la población de origen judío y que sobre todo en los siglos XIV y XV habían decidido (por coacción o sin ella) convertirse al Cristianismo.
La expulsión de los judíos
El problema judío en la España bajomedieval ha llenado miles de páginas de historiadores en decenas de publicaciones que han tratado de profundizar en las verdaderas razones por las que los Reyes Católicos promulgaron en 1492 el famoso decreto de expulsión.
Toda circunstancia histórica y más si es de la transcendencia de ésta es fruto de múltiples matices y en ocasiones de secretas causas.
Sin embargo, no es éste lugar para profundizar en teorías, que por otro lado son motivo de controversia entre eruditos y estudiosos. De forma muy simplificada, se puede decir que los Reyes Católicos tomaron la decisión de expulsar a los judíos no convertidos con motivo de evitar las disensiones y odios internos.
Si tras las revueltas populares contra los judíos, durante el siglo XIV y XV se habían saldado con el bautizo de muchos de los judíos de la época pasando a ser lo que se denominó judíoconversos, los recelos no cesaron, pues muchos de ellos, convertidos por presión y no por elección sincera, seguían realizando prácticas y ritos no cristianos.
Si la Inquisición se ocupó de "enmendar" a los judíoconversos, los judíos no convertidos también tenían problemas de aceptación generando agitación y malestar social, por lo que el destino que se les supo dar fue el destierro.
El descubrimiento de América
Ese mismo año coincidió con la capitulación de Granada y la expulsión de los judíos otro acontecimiento de la máxima trascendencia: el descubrimiento de América.
Tras haber errado por varías cortes europeas tratando de conseguir apoyo financiero para su proyecto, el de encontrar una ruta hacia Oriente por Occidente, Cristóbal Colón había ofrecido sus servicios a los reyes de Castilla. De ese modo podrían adelantar a los portugueses en la carrera hacia las Indias sin quebrantar los compromisos que les impedían navegar allende de las islas Canarias. El dictamen de un grupo de expertos fue adverso, pese a lo cual Colón buscó apoyos en los círculos más allegados a la reina que le permitieron llegar a lo que equivocadamente tomó por el extremo oriental de Asia.
Aunque la decepción debió de ser enorme cuando al averiguar que, en lugar de las opulentas islas de las especias, lo que se había descubierto eran unas tierras salvajes, pronto se comprendió la oportunidad de colonizar y explotar económicamente todo un nuevo continente.

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